miércoles, 7 de diciembre de 2011

Viaje a Laponia. Primera parte



¡Bienvenidos al blog Maitreya por el mundo! Esta es mi primera entrada y he pensado que podía empezar hablando del viaje a Laponia que hice recientemente, aunque necesitaría un libro para contar todas las cosas maravillosas que experimenté allí.
Antes de hablar del viaje a Laponia, decir que este blog tratará sobre mis viajes y curiosidades que me voy encontrando por Finlandia y más lugares cercanos. Se me ocurrió porque me he dado cuenta de que hay muchas cosas interesantes que contar y no me gustaría que se me olvidase algún detalle de este año que estoy viviendo por el norte de Europa.
 Así que pensé  en comenzar este blog hablando de mi viaje a Laponia, que hasta ahora ha sido lo mejor que he visto por aquí arriba. Todavía sigo impresionada con el maravilloso paisaje que me rodeaba: mirara donde mirase siempre había un lugar que reclamaba una fotografía o una mirada de asombro. Desde un simple árbol hasta el increíble cielo, que cada día nos deleitaba con su juego de colores, conforman el paisaje lapón. Nunca pensé que un sitio pudiese sorprenderme tanto y tan gratamente sólo por su naturaleza y tranquilidad, careciendo de monumentos o museos a los que estamos acostumbrados en otros lugares.
El día 29 de noviembre salimos desde Turku en cuatro autobuses, aunque prefiero no extenderme comentando la poca coordinación que hubo en ese momento, sino hablar del nerviosismo que llevábamos todos encima, pues los finlandeses nos decían que teníamos que conocer Laponia, un lugar mágico e increíble, difícil de describir, hecho para observar. El viaje en autobús fue lo más duro de todos los días que pasamos en el norte, ya que entre las ganas de llegar y el cansacio uno no podía más. Al día siguiente llegamos a Rovaniemi, nuestra primera parada, y hogar de Santa Claus. Al principio nos invadió la decepción, puesto que no había nieve y no caía ni un copo, pero aún así quería conocer la ciudad del grupo Lordi e investigar un poco sus calles. Aprovechamos mientras el resto de gente visitaba el  museo del ártico, aunque he de decir que fue una gran peripecia el poder llegar sana y salva hasta el centro de Rovaniemi, ya que una fina capa de hielo cubría todas sus calles. Procuramos ir despacio, temiendo sufrir nuestra primera caida, aunque a mi no me quedaba mucho para experimentarla. Poco más adelante encontramos una zona peatonal, decorada con un árbol de navidad, que nos anunciaba que Santa Claus estaba muy cerca. Fue una pena no tener más tiempo para ver en profundidad la ciudad, pero sólo teníamos una hora hasta que la gente terminase la visita en el museo.


Antes de dirigirnos a la Santa Claus Village, teníamos que hacer una parada en el supermercado para comprar la comida que necesitaríamos para esos días en la cabaña. Y aquí es cuando tengo que confesar que sufrí mi primera caída en Laponia y con un gran revuelo y ante la mirada de muchos estudiantes. Ya me habían alertado de que era muy peligroso caminar cuando el hielo cubría las calles, pero eso no impidió que nada más bajar del autobús me cayese con gran estruendo. Aunque ahora puedo decir que cada vez que lo recuerdo se me dibuja una sonrisa. Tras este inciso compramos todo lo necesario para nuestra cabaña: éramos un grupo de ocho personas, y habíamos decidido compartir los gastos y cocinar entre todos. Llevamos todo hacia el autobús, no sin miedo a volver a sufrir otra caída, y pusimos rumbo a la villa de Santa Claus. Sé que es algo muy comercial, pero me hacía mucha ilusión ver aquel lugar y hacerme una foto con ese señor barbudo y de aspecto amable. Lo único malo fue que de nuevo nos tuvimos que ver las caras con nuestro enemigo: el hielo. Todas las fotos que he visto de esta villa son con un montón de nieve, pero lo que tenía delante era un poco diferente, aunque eso no afectó a mi ilusión. Lo mágico de este lugar es la banda sonora que hay por todas partes y que nunca cesa, que hace que uno se sienta como en el momento en que Jack Skeleton llega al país de la Navidad. Entramos en la casa donde un letrero rezaba: ‘’Santa is here’’, e hicimos una cola, esperando nuestro turno para hacernos la foto con Joulupukki, como le llaman en Finlandia. Cuando llegó nuestro turno, un elfo nos dijo que cruzásemos la puerta y nos acercásemos a Santa Claus. Y allí se encontraba el abuelito que todos nos imaginamos al pensar en él, ese señor de aspecto amigable y bonachón.  Nos preguntó de donde éramos y nos habló un poco en nuestros respectivos idiomas, incluso se atrevió con el catalán, para sorpresa de todos.




Tras este momento mágico y muy navideño el sueño nos indavió de nuevo, y sobre todo esas 15 horas que llevábamos de viaje. Volvimos al autobús, deseando llegar a nuestro destino por fin. Después de tres horas más, pudimos ver el cartel de Saariselka, donde estaba nuestra cabaña. Durante una hora nos dedicamos a colocar todas nuestras cosas y ver todas las habitaciones de la cabaña, de la que nos enamoramos perdidamente. Unos decidieron ir a la sauna, mientras otros simplemente estábamos en la salita al fuego de la chimenea. Fue en ese momento cuando alguien llamó a nuestra puerta al grito de: ‘’Northern lights!’’ y corriendo nos dirigimos a la puerta a ver la aurora boreal. Todos nos quedamos boquiabiertos mirando el cielo por donde una tenue luz verde se dibujaba como si de un manto de seda se tratase. Es muy difícil explicar qué se siente al ver la aurora boreal, es simplemente maravillosa, y uno no cree encontrarse algo tan hermoso surcando los cielos.



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