jueves, 8 de diciembre de 2011

Viaje a Laponia. Segunda parte

Día 30 de noviembre. Nos levantamos muy temprano porque nos espera un largo día hasta llegar al océano ártico, exactamente 6 horas ida y 6 de vuelta. Pero la verdad es que me hacía mucha ilusión ir a la zona noruega de Laponia y ver el mar. Con lo poco que habíamos dormido esa noche, continuamos descansando en el autobús, ya que a las 7 de la mañana todavía es de noche (sólo teníamos 3 horas de luz). A eso de las diez comenzó a amanecer, dando paso así a mi anonadación, pues el cielo estaba teñido de un rosa precioso que intentaba ocupar todo el espacio que podía. La gente se iba despertando y mirando con sorpresa por la ventana, haciendo fotos sin parar. Estábamos deseando bajar para poder captar mejor ese momento.
El guía nos iba explicando cómo vivía la gente por esa zona de Laponia, donde era muy difícil ver más de dos casas juntas. En esta pequeña zona fronteriza con Noruega, habitaban pocas familias, aunque tenían su colegio y su iglesia, pero con largas distancias que caminar.
Llegamos a una gasolinera para hacer un breve descanso y comprar algo de comer. Cuando asomé mi cabeza y vi que todo estaba cubierto de hielo, recordé mi caída del día anterior, temiendo así volver a sufrir una. Con mucho cuidado nos deslizamos e intentamos llegar hasta el pequeño supermercado. He de decir que para mí fue toda una hazaña, y ahora sé que lo importante es no levantar los pies, sino arrastrar. Una de mis amigas nos dijo que sería una buena idea hacernos unas foto comiendo un helado en medio de tanta nieve y con esas temperaturas, que era uno de sus sueños que debía cumplir en Laponia. Así que sin más nos compramos tres helados y salimos de nuevo para degustarlos. Pensé que no sería capaz de acabarlo, pero no sé si sería a causa del ambiente que mi helado no estaba tan frío como debiera.


Tras esta pausa continuamos rumbo hacia la frontera. Al llegar a Noruega el paisaje cambió drásticamente, cambiando los extensos campos por montañas infinitas. Y así es como me encontré con los fiordos noruegos, los que la gente dice que son tan bonitos y que te dejan impresionada. Lamentablemente el autobús no hizo ninguna parada y no pudimos sacar más fotos. En nuestro programa figuraba que la visita incluía unas horas en el océano ártico, además de una sauna para aquellos que se sintiesen capaces de bañarse en el mar. Cuando llegamos recibimos la primera mala noticia: no había sauna. La idea que llevaba rondando mi cabeza durante toda la mañana se desvaneció, pues sin sauna no me veía capaz de darme un baño. A pesar de que muchos cambiamos de idea, otros se sumaron a bañarse sin sauna, en su mayoría chicos. Pero tengo que decir que la más valiente de todos fue una de mis amigas, que permaneció más de cinco minutos en el agua y después se paseaba posando con el resto de nosotros como si en benidorm nos hallásemos. Tengo que añadir que no sólo hacía frío sino que soplaba el viento, de una forma que a veces nos hacía retroceder.


Si tengo que buscar algo malo en este día sería lo de la sauna porque muchos nos quedamos con las ganas de bañarnos y poder decir: ''sí, me bañé en el ártico''. Y también el hecho de que no hubiese mucha nieve. Tras este gracioso inciso, donde sólo se escuchaban gritos en el agua y gente corriendo hacia el autobús a cambiarse, nos llevaron a un bar del pueblo para degustar un plato típico, el cangrejo. Nada más entrar en el lugar, lo primero que pensé es que era como en las películas que ponían en la tele, ambientadas en el norte, con el típico bar familiar al lado del muelle lleno de pequeñas embarcaciones. Aquí probé por primera vez el cangrejo y me ha encantó. Nos dueños del bar nos ofrecieron un plato y un té, que nos ayudó mucho después de pasar tanto frío.



Fue una breve visita a la parte noruega de Laponia, aunque la verdad es que me hubiese gustado hacer algo más, pero este viaje estuvo acompañado de mucho humor y no podremos olvidar el baño de mi amiga que se convirtió en una de las anécdotas del viaje, siendo nombrada la mujer de hierro.
Nos esperaban seis horas más de vuelta a la cabaña, horas que pasamos durmiendo mientras escuchábamos música saami que nos relajaba completamente. En medio del viaje hubo un momento en que todos nos despertamos y miramos con sorpresa hacia la carretera nevaba: una manada de renos nos impedía continuar. Es una pena que no tenga fotos de ese momento, porque fue increíble.
Nada más llegar nos fuimos a cenar y a descansar, pues al día siguiente teníamos el paseo en trineo con huskys y posiblemente otra oportunidad para ver la aurora.

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